¡Buenas Tardes!
Procedemos a publicar los nombres de los/las finalistas del Certamen de Relatos:
CATEGORÍA A
- Jorge Pando Sangrós (Pinseque - Zaragoza)
- Iziar Usain Blasco (Pinseque - Zaragoza)
- Víctor Bayona Marchal (Pedrola - Zaragoza)
- Mercedes Peris Miranda (Pinseque - Zaragoza)
- Belén Quílez Gay (Pinseque - Zaragoza)
- Iziar Usain Blasco (Pinseque - Zaragoza)
- Víctor Bayona Marchal (Pedrola - Zaragoza)
- Mercedes Peris Miranda (Pinseque - Zaragoza)
- Belén Quílez Gay (Pinseque - Zaragoza)
CATEGORÍA B
- Paula García Prada (Madrid - Madrid)
- Víctor Asensio Román (Alagón - Zaragoza)
- Víctor Asensio Román (Alagón - Zaragoza)
CATEGORÍA C
- Eduardo Ramírez Monzón (Las Palmas de Gran Canaria - Las Palmas)
- Margarita Retana Caballero (Carranque - Toledo)
- Emilia Salas Medrano (Pinseque - Zaragoza)
- María de los Ángeles Lonardi Gette (Almería - Almería)
- Purificación Albero Alquezar (Zaragoza- Zaragoza)
- Margarita Retana Caballero (Carranque - Toledo)
- Emilia Salas Medrano (Pinseque - Zaragoza)
- María de los Ángeles Lonardi Gette (Almería - Almería)
- Purificación Albero Alquezar (Zaragoza- Zaragoza)
ELENA
Su
rutina se ha convertido en la perfección absoluta, sin descuido posible, para
no molestar a nadie, para no disgustar a su marido, para evitar una paliza como
sea.
Convertida
en diosa de la mitología más cercana, en su casa, en su cocina, engorda al
enemigo, alimenta a su verdugo. Callada, en silencio, como animal en
acecho…esperando el momento oportuno para ser ella otra vez. Sin saber que no, que
no podrá nunca sobreponerse, ni superar
esa opresión que siente en el pecho cuando lo tiene cerca, cuando se
empequeñece…
Recorre
la casa a toda prisa, sin reparar en los detalles. Casi nunca hay tiempo para
esas cosas. A ella el tiempo mucho le vale y debe estar pendiente de todo, por
eso, no puede pensar, ni parar a preguntarse qué puede hacer por ella, en qué
invierte su tiempo o a qué se dedica en los ratos de ocio…¿quién tiene tiempo
para eso? Esas son cosas de mujeres tontas e inútiles que no hacen nada en su
casa y que desatienden a su marido y a sus hijos -se dice-.
Y
cada gesto va minando las ganas y las fuerzas de seguir adelante porque parece
que el final nunca está cerca y a veces ni siquiera es visible, posible, ni probable.
Y en esa lucha interna y a tientas, Elena se debate y se retuerce. Piensa y se
auto convence que debe seguir aguantando porque nadie va a creerle, porque no
puede quitarle el padre a sus hijos, porque se ha casado para toda la vida,
porque su madre no la comprendería, porque… ¿por dónde empezar? Si es que hubo
un principio, ha pasado inadvertido. Inadvertido hasta por ella misma porque en
su cabeza no parece haber señales y no parece que las hubiera habido nunca.
Busca
y rebusca en su baúl de los recuerdos y por momentos se hace con ellos, a
jirones, como su corazón…pero se deshilachan fácilmente y huyen despavoridos al
menor ruido. Vive en un sobresalto, con el alma inquieta, obviando lo más obvio
y cuidando los detalles desde la puntilla de los huevos hasta el aspecto de su
sombra y los sonidos…la alteración perfecta de los demás sentidos. Hay que
evitar los sonidos, hay que eliminar los ruidos, hay que andar con sigilo, hay
que mover las cosas con atino, hay que llevar y traer, hay que enderezar, hay
que torcer, hay que levantar, bajar, subir, salir, entrar, aparecer y
desparecer…hasta que, sola en la cocina, sólo es capaz de pergeñar nuevas
maneras de hacer sin ser. Sin ser vista, ni oída. En el más absoluto silencio,
en el más tenebroso anonimato, intramuros, donde nadie ve…donde habita el
desquicio, al borde del abismo.
Cada
mañana apenas sale el sol, se levanta y pone en marcha la casa, organiza el
desayuno, levanta los chicos, pone la mantequilla junto al pan caliente,
olvidando todo lo demás… sin lugar en su cabeza y en su maltrecho corazón, que
no sea para el amor a sus hijos y al que una vez fue su embrujo. Y así, como
embrujada, anestesiada, hace cada movimiento autómata en la casa, conocedora de
cada rincón. Hasta que él la reclama, hasta que él la interrumpe y le grita,
hasta que él le levanta la mano…
Esa
mañana sale Elena de su casa, bien arreglada, recién duchada, con el pelo aún
mojado y con unas gafas de sol enormes, la ropa del domingo y con medio frasco
de perfume encima, con los tacones y la falda ceñida que hace suspirar a medio
barrio. Sale y da un tremendo portazo. Para no volver la vista atrás, para no
regresar jamás. Los niños saben que los recogerá en el colegio y no han dicho
ni una palabra. Pareciera que todo está detenidamente pensado y organizado. Ha
cumplido con cada minuto como si del plan perfecto se tratara, como un reloj
sincronizado.
Ahora
sube al coche, enciende la radio y sube el volumen. Irá a hacer unas compras,
pasará por el banco para retirar dinero, llamará a una amiga…todo mientras el
verdugo que ya no tiene a quien maltratar, solo, en la cocina de su casa, se
desangra.
María Ángeles Lonardi
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