Adjunto copia del Relato en word y la página del suplemento escaneada tal y como fue publicada.
Es hermoso saber que miles de personas, aprovechan las navidades para leer y sobre todo, un relato que has escrito. Gracias por la oportunidad que nos brindan a los escritores para llegar hasta nuestros lectores de esta manera tan agradecida.
El pequeño David
El pequeño hace un tiempo que
está en la calle. No sabe leer ni escribir; pero sí sabe a quién pedírselo. No
sabe de climas pero sabe cuándo va a llover. No sabe de psicología pero conoce
a las personas y sabe cuándo alguien le miente o le va a hacer daño.
Apenas levanta un metro del suelo
y ya es todo un personaje. De su padre no quiere acordarse porque todavía le
duelen las carnes. Y a su madre, hace mucho que no la ve, porque no va por el
penal donde está detenida… Tiene miedo que lo encierren también a él y pierda
su bien más preciado: la libertad.
No sabe de propiedad privada y
sin embargo, ya ha elegido su parcela, ya tiene su sitio en este mundo. Es su
rincón, justo al lado de una entrada para coches, donde las construcciones
hacen un recodo y muy cerca de la panadería. Vive en una pequeña barriada tranquila
y acogedora, con una calle estrecha y una plazoleta redonda al final, donde la
calle se abre como un río hacia la carretera.
Un barrio de gente trabajadora
que hace un tiempo que ya no trabaja y que sólo ve cómo se le caen las hojas a
los árboles, cada vez más viejos y decrépitos… Después, inexorablemente,
llegará el invierno con su frío, con su nieve, con su poco sol…y esa gente hará
malabares para llegar a fin de mes, para no pasar frío y para comer caliente.
Mientras el niño, el habitante
del recodo, que pedía cáscaras de frutos secos a cuanto vecino se le cruzara,
un buen día conoció a un indigente que se había apropiado del mejor banco de la
plaza, al que sólo le daba el sol por la mañana y siempre estaba caliente. Un
hombre que tuvo una vida plena y por culpa de no se sabe quién perdió el trabajo,
la familia, la casa, todo…y tomó la calle por vivienda, ese banco por refugio y
los cartones por abrigo. Ese hombre tenía un cartel y todos los días lo ponía
delante. David le pidió que le hiciera uno para él; uno que dijera: “Por favor
necesito cáscaras de frutos secos, gracias". David recorría casi todos los días
las casas vecinas y golpeaba las
puertas, pero muy pocos lo escuchaban, convencidos de que sólo pedía “algo para
comer” casi todos le cerraban la puerta sin prestarle demasiada atención. Y
hablaba con la gente, sobre todo cuando volvían del mercado, así de paso le
regalaban alguna fruta o un mendrugo de pan. Y a todos, sin excepción, fuesen
del barrio o no, les pedía cáscaras de frutos secos. Así como algunos piden las
tapas de los envases plásticos para las campañas solidarias, David pedía
cáscaras vacías: “Antes de tirarlas señora, acuérdese de este pobre niño y
guárdemelas” -le decía- para luego alejarse saltando como un saltimbanqui.
De a poco, como goteando, la
gente se fue acercando a leer el cartel y comenzaron a traerle cáscaras de
nuez, de almendras, de cacahuete, de pistacho y David hacía montoncitos y luego
los guardaba en papel estraza, el que conseguía de manos de la exuberante
panadera, a sólo cinco metros, en la panadería. Estaba tan cerca…que por las
mañanas, con sólo inspirar el aire se le llenaba la barriga al sentir el
olorcito del pan recién horneado y se acercaba presuroso a la puerta trasera de
la panadería, esperando su ración de hogaza. Claro que si se movía de “su rinconcito”,
donde tenía sus únicas pertenencias, se quedaba con un ojo largo mirando,
vigilando que nadie le robara sus cáscaras y las cuidaba mucho, sobre todo
cuando llovía, para que no se le mojaran.
Tal era la curiosidad que había desarrollado
en su vecino de condominio, el indigente, que un buen día, éste, no pudo más y vencido
por los interrogantes le preguntó al
niño: “¿Por qué pides cáscaras? ¿Para qué las quieres? Y el niño sonriendo le
dijo: “Hombre, cuando tenga mi hoguera y llegue el crudo invierno, tendré que
alimentarla no? Tú tan grande que eres ¿y no haces como las hormigas? Aquél
hombre preso de la pavura y del desconcierto se abrazó a su abrigo y se quedó pensando…y luego de un rato
preguntó: ¿Cómo hacen las hormigas? Y David contestó quitándose el flequillo de
su carita sucia: “trabajan y guardan para el invierno…” y con una sonrisa
burlona añadió el pequeño: “Sabes escribir pero, no sabes nada de la vida”. El
hombre no daba crédito, no podía apartar
los ojos de aquel niño tan pequeño…un pequeño que le había dado una gran
lección de vida, en plena calle, donde vivían ambos desde hacía un tiempo. Un
pequeño que le hizo pensar y para el que no tenía respuestas…un pequeño que
esperaba como él, con sólo lo que llevaba puesto, que no fuera tan inclemente
esta vez, el inminente invierno.
María Ángeles Lonardi
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