Algunos poemas del libro
Tómate tu tiempo
Deja
que crezca la hierba donde existe la piedra.
Deja
que brille el sol
sobre los hombres
y
desnude su pequeñez.
Mientras
el viento mece las horas
el paisaje reverdece,
cuando te nombra.
Deja
que sea hoy el mejor de los días...
...que sueñe con el paraíso...
...que
envuelva el hechizo a los incrédulos...
Estamos
en el tiempo de existencias fugaces
y el último cansancio
acudirá a nosotros.
Después
del gran salto,
todo
permanecerá allí, intacto.
Sólo
deja que te arrastre una sonrisa,
una hora desheredada y única,
ataviada de eternidad,
pero tuya.
Tómate
tu tiempo…
contempla el jardín
con mirada de luna que todo
ilumina.
Es necesario
Vuelan libres las palomas en el cielo.
En ese cielo que sueñan mis ojos
y tantos otros...
Las horas en la tierra se estiran
y el tiempo no cede.
El ayer duerme en las raíces silenciosas
pero el hoy, levanta su voz
a pesar del dolor en carne viva.
Porque es posible que existas.
Porque es necesario que vivas
aunque parpadee la memoria.
Es necesario fundar al hombre nuevo
sobre el nefasto desquicio
que perpetró una condición humana.
Es necesario derribar los muros
y desdibujar las fronteras.
Y es necesario asirse a quiméricos sueños
que no mueren aunque falte el aliento.
Y es necesario al fin
dejar que griten libres
los silencios que duermen dentro.
Es necesario que existas
después de todas las pruebas…
aunque las fechas acoten tu existencia.
El
jardín de los recuerdos
Múltiples siluetas se deshacen en verde y negro
mientras leves
rayos de sol
juegan a las
escondidas con los recuerdos.
Y
el viento mece los sueños...
Asisto sola a su encuentro
sin saber de lo que seré testigo.
Las almas libres caminan descalzas
por el jardín
en la eternidad de cinco
minutos.
Nadie pregunta por ti, ni por
mí,
pero todos nos
conocemos.
Los helechos duermen pletóricos
y los nombres juegan al escondrijo.
El embrujo se adueña de todo
y los pasos del regreso
me despiertan del sueño
profundo.
Tú también puedes despertar
y ver lo
mismo que yo...
Sólo se trata de atreverse,
de mirar la otra imagen en el
espejo,
de enjugar la lágrima que nos
marcó
en este absurdo tiempo,
de levantar los ojos y
encandilarse con el sol
entre los enmohecidos edificios y el
miedo,
de ser uno mismo, aunque te
sientas ángel caído
porque aún, no estamos
muertos.
Pero ¿a quién le importa?
si sólo somos pasajeros...
Viajeros insospechados de un sueño
eterno.
Quizás el musgo que cubre la
piedra
algún día
desvele el secreto.
Mientras tanto, abandonada a mi
suerte
sin temor al oráculo ni a mi misma,
siempre vuelvo al jardín de los
recuerdos
y al quitarme los zapatos,
entre el olor a hierba fresca y a
duraznero
la memoria,
hace el resto.
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